Viajamos hasta el territorio habitado más cercano al polo norte: Svalbard. Este peculiar archipiélago noruego se compone de 9 islas, de las cuales tan solo 3 están habitadas. Y no, no hay muchos valientes, su población ni siquiera alcanza las 3000 personas.
Su nombre significa “costa fría”, y vaya si lo es. Hace tanto frío, que no existen carreteras que unan las diferentes colonias de las islas. Solo se puede viajar entre ellas en barco, avión, helicóptero o a través de la nieve.
No está claro si los primeros que llegaron a Svalbard fueron los vikingos o los rusos hacia el siglo XII. Lo que sí está claro es que el descubridor oficial de este archipiélago, en 1596, fue el explorador holandés Willem Barents, que da nombre al mar que baña las costas al este de las islas. Durante los siglos posteriores, Svalbard sirvió como base ballenera y de exploraciones árticas. Pero la tranquilidad del archipiélago se rompió tras la Primera Guerra Mundial.
El último reducto nazi y una antigua mina de carbón
Aprovechando su neutralidad en la Primera Guerra Mundial, Noruega, el país que más cerca está de Svalbard, consiguió la soberanía en 1920. Y aunque empezaron a formar parte del Reino de Noruega, estas islas tuvieron una gran autonomía. Allí había ciudades dedicadas a la minería donde la mayoría de la población eran suecos y, sobre todo, rusos, que tuvieron que partir cuando la Alemania nazi ocupó Noruega durante la Segunda Guerra Mundial.
Debido a su aislamiento, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, el destacamento nazi en Svalbard, el cual se encargaba de enviar informes climatológicos, no se enteró de la rendición alemana ni del suicidio de Hitler. Nadie fue hasta allí a decírselo y tampoco se lo comunicaron por radio. Fue un noruego que se dedicaba a la caza de focas el que llegó a este remoto archipiélago y se encontró al destacamento nazi. El comandante al mando, un geógrafo, fue quien le entregó su pistola al capitán del barco noruego como símbolo de capitulación. Así, fueron los últimos nazis en rendirse, 4 meses después de terminar la guerra en Europa.
Después de aquel curioso episodio, los soviéticos volvieron a Svalbard, de nuevo bajo la soberanía del Reino de Noruega, y volvieron a poner en marcha las minas y las ciudades donde vivían los que allí trabajaban como la Pyramiden, un asentamiento minero fundado en 1910 por suecos, pero en 1927 fue vendida a la Unión Soviética. En 1998 se cerró y desde entonces ha permanecido la mina abandonada. No obstante, desde hace varios años se realizan visitas turísticas.
Un Arca de Noé vegetal
Antes de adentrarnos en la peculiar ley de esta isla, cabe mencionar que Svalbard alberga un lugar muy importante: la Bóveda Global de Semillas de Svalbard. Este edificio fue inaugurado en 2008 para salvaguardar la biodiversidad de las especies de cultivos que sirven como alimento en caso de una catástrofe local o mundial. Y es que fue creado para que los bancos genéticos de todo el mundo almacenen en él muestras de sus colecciones de semillas y las puedan replicar en caso de que se pierdan como consecuencia de conflictos bélicos, actos terroristas o catástrofes naturales.
Esta construcción se conoce popularmente como la “cámara del fin del mundo”, al ser capaz de resistir erupciones volcánicas, terremotos de hasta 10 grados en la escala de Richter, o el impacto de bombas nucleares.
Más osos que personas y obligatoriedad de salir a la calle con arma de fuego
Además de la gran reserva de semillas, las Svalbard son de suma importancia también para la fauna del Ártico. Aquí habitan especies características de la zona como el zorro ártico, el reno, la beluga, la morsa o el oso polar. Este último, con la paradoja de ser una especie protegida y en peligro de extinción, pero que a su vez motiva la obligación de portar armas de fuego a todo aquel que salga de sus asentamientos.
Y es que, la población de osos no solo es superior a la de humanos sino que también constituye tal peligro que llevar un arma no es opcional sino obligatorio. De hecho, si no puede, quiere o sabe manejar un arma de fuego, deberá estar acompañado por una persona armada que sepa cómo hacerlo: “Si los turistas no pueden o no son lo suficientemente competentes para manejar armas de fuego, tienen que contratar a un guía que lo sea”.
Esta normativa fue introducida a raíz de un trágico suceso ocurrido en 2011, cuando un oso se adentró en un camping y atacó a varias personas, causando tristemente la muerte de un niño. Una desgracia que sucedió en un territorio que prohíbe morir.
La prohibición de morir en Svalbard
Esta curiosa medida existe desde el año 1950 y es debido a que por las bajas temperaturas, que caen hasta los 46 grados bajo cero, los cuerpos enterrados no se descomponen. La principal razón por la que no existen cementerios en las islas, se debe alpermafrost, una capa de suelo congelada permanentemente. Hasta 1928 se enterraba a los muertos en Svalbard, tiempos en los que comprobaron que los virus y las bacterias que provocaron la muerte de la persona podrían conservarse intactas.
A pesar de que actualmente resultaría más fácil trasladar un cadáver al continente, la regulación se mantiene debido a que sirve como política demográfica. Y es que el tratado, por el que estas islas pertenecen a Noruega desde 1920, le obliga a recibir a un ciudadano de un país firmante y le da los mismos derechos que a un noruego.
De esta manera, para tener un control de la población de Svalbard, el gobernador puede expulsar a las personas en situación terminal y ser trasladadas al continente noruego para recibir tratamiento o, en caso de fallecimiento, ser enterradas fuera del archipiélago.
Algo parecido a los fallecimientos ocurre con los nacimientos, debido a que el hospital de Svalbard no está preparado para dar a luz y las mujeres embarazadas han de trasladarse a otras localidades. Sin embargo, y a diferencia de estas otras islas, en Svalbard no está prohibido nacer.
Etiquetas: Europa, Noruega
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