Siempre pensé que me dirigía a “la pequeña Lanzarote”. Quizás por las fotos que ya había visto de la isla o por la noticia que seguimos tan atentamente en 2011 del nacimiento del volcán de La Restinga, me imaginaba El Hierro como un pequeño territorio volcánico de lavas, colores y mucho silencio. Y sí, sí que lo es. Pero lo es en una parte muy pequeña comparada con mi gran imaginación.
El Hierro no sorprende por su altura ni por las curvas de sus carreteras. Creo que quien lo visita por primera vez lo lleva bien aprendido y sabe lo que encontrará. El Hierro sorprende por sus contrastes, por sus volcanes, pero también por sus bosques y praderas. Pero quizá lo que más me fascinó al recorrerlo fue su gran variedad de colores. El Hierro es color, color por cada uno de sus diferentes rincones. El Hierro es olor. El Hierro es mezcla de olor y color. El Hierro es flor.
Este pequeño territorio, el más alejado de Europa y África y el menos visitado del archipiélago, está salpicado de pueblos dispersos, todos muy pequeños con casitas de múltiples colores. Algunos no son ni pueblos, sino caseríos con jardines y cultivos de frutales alrededor de estos. El color lo salpica todo.
Para llegar a estos pueblos siempre subirás. Todo está arriba. Y esa subida te irá mostrando la variedad de plantas y flores que la isla posee. No todas son endémicas, es más, algunas son invasoras que el gobierno canario quiere erradicar, pero incluso estas te alegran los sentidos al encontrártelas a ambos lados del camino.
Al caminar por El Hierro, las ermitas te irán dando la bienvenida, tanto en centros urbanos como solitarias a la espera de que algún caminante se digne a asomarse a través de los cristales empañados que hay en las puertas.
Alguna Virgen o Santo te mirará y vuestros ojos se encontrarán a la vez que te preguntarás si son venerados cada año o sólo se trata de una tradición local o de un milagro para que se encuentren allí. Quizás tengas la suerte de encontrarte con algún lugareño que, sin tú preguntarle, te contará la historia de esa ermita y cuándo se venera ese santo que hace un instante te miraba fijo a los ojos. Y al escuchar a esta persona que ha interrumpido la pregunta que tú te hacías, querrás tenerlo de amigo para siempre. Porque en El Hierro todos los isleños te hablan, todos quieren que te guste su isla y que te sientas acogido en tu visita.
El Hierro es una isla donde has de subir para estar y bajar para continuar. Siempre subiremos para admirar y tendremos la necesidad de bajar para disfrutar del calor de sus costas después de un día cubierto de nubes y salpicado por gotas de una lluvia tímida. En la parte alta de la isla, espolvoreada de caseríos, encontraremos bosques, praderas, vacas y caballos, ermitas, plantas y flores. Muchas flores.
Caminar entre los árboles, con la niebla que lo cubre todo, es olvidarte de que estás en las Islas Canarias y disfrutar abrigado de lugares fríos, húmedos y embrujados. Embrujados porque podrás pasear por el Bailadero de las Brujas, donde la niebla, el silencio y la luz menguada formarán parte de un paseo singular y emocionante. Te recomiendo que te tumbes en el suelo, entre las acículas, el silencio y la humedad y sentirás que estás solo en el bosque, en la isla, en el mundo. Cuando estés tumbado, inspira y huele. El Hierro también es olor. Y en este escenario de brujas te entretendrás con tu propio teatro, donde las brujas vendrán a hablarte y tú sólo llevarás en tu mochila el pedazo de quesadilla que te sobró y se lo ofrecerás, porque las brujas de El Hierro son amigables y tú siempre quisiste tener más amigos.
Etiquetas: España, Islas Canarias
No me había planteado nunca visitar esta isla, de la que lo único que conozco son las imágenes de la famosa serie «Hierro» pero, leyendo esta colorida, olorosa y «poética» crónica sobre la misma, te diré que estoy deseando ir allá y sentir in situ esas sensaciones que ya he notado desde casa gracias a tu lírica. Muchas gracias.